UN SALMO DEL REY DAVID, LA ANTIGUA CASA DE CUNA, LA CONDESA DE LEBRIJA Y EL CINE PATHÉ

Al recorrer la calle Cuna en el centro histórico de Sevilla, se puede observar un detalle muy curioso en la fachada del número 42, un inmueble cuya planta baja ocupa el conocido establecimiento de telas y complementos textiles Galerías Madrid.

Se trata de una lápida de piedra con la siguiente inscripción grabada en latín: “QUONIAM PATER MEUS ET MATER MEA DERELIQUERUNT ME, DOMINUS AUTEM ASSUMPSIT ME”, lo que traducido quiere decir: “Si mi padre y mi madre me abandonasen, el Señor me recogería”.

Foto Citytour Sevilla

Pues bien, este texto corresponde al versículo 10 del Salmo 26 (ó 27, según ediciones) del Libro de los Salmos de la Biblia, concretamente del rey David; y  que comienza con las palabras “El señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién podré temer? El Señor es el protector de mi vida, ¿ante quién temblaré?” en clara referencia a la protección divina en situaciones extremas y como una base de fé desde aquellos tiempos del Antiguo Testamento. El famosísimo rey de Israel tuvo una vida llena de vicisitudes y sufrió una continua amenaza de muerte, pero sin embargo se sentía seguro al confiar siempre en la protección del Altísimo y así lo plasmó al escribir este Salmo, que fue glosado de forma poética por el teólogo, poeta, humanista y religioso agustino del siglo XVI Fray Luis de León en sus “Paráfrasis Bíblicas”.

Su comentario sobre este versículo 10, que nos atañe, presenta a Dios como un padre y una madre a la vez, que repara las faltas de los progenitores mortales, idea recogida y reinterpretada por Fray Luis del mismísimo San Agustín en sus “Enarrationes” (26, I, 10 y II, 18).

Pero, hablando en términos históricos de la Sevilla del Siglo de Oro, ¿ qué hijo podría ser abandonado por su padre o madre, quedando al único amparo de la divina providencia?       

Pues fueron muchísimos los hijos de madres solteras o de casadas que hubieran tenido alguna relación extramatrimonial y que se sentían obligadas a dar el paso y evitar así el deshonor del resto de la familia, e incluso hijos legítimos en caso de viudas muy pobres, viudos con hijos recién nacidos sin mujer que pudiera criarlos, matrimonios sin recursos que vivían de la mendicidad, o en el triste caso en que la mujer no tenía la suficiente leche para criar, o bien necesitaba imperiosamente trabajar todo el día para poder sacar adelante al resto de la familia a duras penas.

Por tanto, el hambre extrema y el temor a la deshonra fueron las principales causas de una elevadísima tasa de abandono infantil que la sociedad acabó asumiendo y naturalizando como un mal menor. Apenas recién nacidos, los expósitos (del latín expositus,  -expuesto-), solían ser abandonados en la puerta de alguna casa pudiente,  de alguna institución religiosa o iglesia, y dándose también casos de una crueldad extrema con neonatos abandonados en calles y plazas públicas donde morían a la intemperie o incluso devorados por alimañas o por perros callejeros hambrientos.

En este terrible contexto se sitúan los orígenes de la Casa de Cuna de Sevilla, que se remontan a comienzos del siglo XVI, cuando algunos miembros del cabildo eclesiástico organizaron el cuidado de los niños expósitos en una capilla habilitada en el Patio de los Naranjos de la Catedral. Sin embargo, no será hasta 1558 cuando el arzobispo don Fernando Valdés regularice la situación, instituyendo una Cofradía y Hermandad bajo la advocación de Nuestra Señora del Amparo con el propósito de recoger, educar y criar a esos niños abandonados.

Al respecto de esa implicación directa del clero, el profesor Álvarez Santaló apuntó al bautismo, en sus estudios sobre el tema, como el elemento decisivo en el despertar de las conciencias. Literalmente en el Archivo de Protocolos de Sevilla (sección Casa Cuna, lib. 11, fol. 1r.) se alude a esta preocupación, al indicar que muchos inocentes «apenas habían abierto los ojos a esta vida cuando se hallaban despojados della […] perdiendo no sólo la vida del cuerpo sino la eterna del alma […] por faltarles el agua del santo bautismo». Y eso, en aquella época, eran palabras mayores…

Así que, tras vincularse la institución a otras Hermandades se produce una refundación en 1627, con el traslado a un inmueble en la calle Francos donde permaneció de manera provisional hasta 1648. Finalmente acabaría siendo establecida en unas casas de la antigua calle de la Carpintería; en un tramo que, con el devenir del tiempo acabaría siendo conocido como calle «de la Cuna». Para ser exactos, se situaba en la manzana delimitada por las calles de la Sopa (actualmente llamada Goyeneta) y Acetres; y tras diversos pleitos mantenidos con el anterior propietario, las casas fueron adquiridas en propiedad en 1661.

En el muy conocido plano de Olavide (reimpresión de 1788 del original de 1771) podemos observar el detalle del emplazamiento de la Casa Cuna y su capilla anexa dedicada a San José (como padre putativo -pater putativus- de Jesús –y de cuyas iniciales “p.p.” se derivó el hipocorístico español “Pepe”):

En el momento del abandono, los niños acogidos en la Casa Cuna eran depositados en un torno de madera formado por un cajón circular adaptado a una ventana y que se movía sobre un eje vertical (como el mecanismo de los tornos de los conventos de clausura) girando sobre una losa de piedra, y mostrando una placa de mármol grabada con la inscripción bíblica, inspiración de este artículo.

Nada nuevo bajo el sol. Hoy día, el mismo concepto se mantiene en Europa, aunque modernizado. Como ejemplo, en un país tan civilizado como Alemania, funcionan unos cien «Babyklappen»; es decir, una especie de “buzones” para depositar bebés, y que fueron inaugurados en el año 2000 en Hamburgo tras el espantoso hallazgo de los cadáveres de dos recién nacidos abandonados en un basurero.

Volviendo a nuestro tema, cuando los niños que llegaban ya bautizados eran depositados habitualmente con un pergamino identificador, quizás con la vana esperanza de poder ser recogidos en un futuro. Una vez recibidos, los infantes quedaban provisionalmente al cuidado de unas amas o nodrizas internas que les daban el pecho, aunque su número era tan escaso que el hospital tuvo que reclutar amas externas que cuidaban de los expósitos en sus propias casas.

Las terribles condiciones higiénicas provocaban unas tasas estimadas entre un 60 y un 90% de los expósitos que no sobrevivían más allá de los primeros seis meses de vida. Por este motivo las nodrizas contratadas tenían la obligación de dar de mamar, mecer, lavar y pasear los niños.

Generalmente el periodo de pago de la lactancia de los niños duraba hasta los 18 meses cumplidos. Pasado este tiempo se permitía a las nodrizas conservar al niño en su propia casa hasta los cuatro años; y después, o bien lo devolvían a la Casa de Expósitos o bien presentaban un memorial para prohijarlo (tenerlo en régimen de acogida a la espera de una posible adopción).

La suerte del expósito dependía en gran medida de ese acogimiento o el prohijamiento, pues de lo contrario se decretaba su internamiento en el Hospicio Provincial una vez cumplidos los seis años de edad.

Con el paso del tiempo y con muchos problemas anteriores en la administración de esta institución, desempeñaría un importantísimo papel la “Junta de Señoras Protectoras y Conservadoras de los Niños Expósitos de Sevilla” fundada en 1838.

Estas señoras contrataron a las hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl para la gestión interna del establecimiento, y recibirían mucho más tarde la muy beneficiosa incorporación a su nómina de benefactores de la  Condesa de Lebrija, doña Regla Manjón Mergelina, creadora del espléndido conjunto museístico de su monumental Casa-Palacio en el número 8 de la calle Cuna.  

Doña Regla, la Condesa de Lebrija, contribuyó generosamente al desarrollo de una estructura sanitaria pública en Sevilla, pues fue vice-presidenta del Patronato de la Lucha Antituberculosa de la provincia de Sevilla, y apoyó la creación de dos dispensarios de salud  (en la Ronda de Capuchinos y en Triana), así como la fundación del Sanatorio del Tomillar en Dos Hermanas. En 1921, cooperó en la ayuda para los hospitales militares durante la guerra de África y en este mismo afán recaudatorio con fines benéficos, presidió en varias ocasiones la celebración de la Fiesta de la Flor así como las mesas petitorias instaladas a tal efecto.

La ciudad reconoció a la Condesa de Lebrija su incansable y meritoria labor en 1916 siendo nombrada Hija Adoptiva y Predilecta de Sevilla.

La Condesa de Lebrija retratada por Joaquín Sorolla. 1914

                                                                                                                    

En 1904, coincidiendo con una visita del rey Alfonso XIII a Sevilla, la Junta de Señoras Protectoras… lanzó la idea de construir una sede mucho mayor a las afueras de la ciudad, en el viejo camino de Miraflores. El proyecto tardaría diez años en tomar forma, pues hasta 1914 no se pudo iniciar el nuevo edificio de estilo regionalista diseñado por el arquitecto Antonio Gómez Millán (cuñado de Aníbal González), que se construyó en unos terrenos de la antigua huerta de San Jorge donados por la Condesa de Lebrija y otras nobles sevillanas a la Diputación Provincial. El traslado efectivo de la institución se llevó a cabo en 1917, continuando su labor asistencial hasta su extinción en 1989. Y en 1990 la Diputación cedió el edificio como sede de la Fundación San Telmo-Business School.

El inmueble completo de la calle Cuna, incluida su capilla, fue derribado hacia 1920 tras el traslado de la institución a su nueva sede. Y curiosamente, pocos años después se construiría en su solar (hoy número 15 de la calle) un nuevo edificio que traería la ilusión y fantasía del cine y el teatro a la ciudad, siendo uno de los establecimientos más ‘chic’ de aquellas décadas: el cine-teatro Pathé, al que los sevillanos de pro acudían a la llamada “sesión vermut” para ver la película de las 19h00 tomándose una copa en su “ambigú”.

El proyecto fue realizado por el arquitecto Juan Talavera y Heredia y se inauguró el 18 de Octubre de 1925 con una proyección protagonizada por el famoso actor cómico Harold Lloyd.

El Pathé siempre ha estado arrendado, y con los años ha sido cine, teatro, discoteca e incluso plató de grabación de algunos programas de la televisión regional, siendo propiedad de doña Filomena Frois Lissen, nieta de la fundadora del cine-teatro.

Como cine, fue el segundo en proyectar películas sonoras, pues poco antes lo había hecho el Lloréns, situado en la calle Sierpes (hoy un vulgar salón de juegos tras su cierre en 1982), y en el cual se proyectó la primera película sonora en la ciudad (‘Sombras blancas en los Mares del Sur’, en Enero de 1930).

Tras varias reformas le cambiaron el nombre a Cine Delicias, pero no duró mucho, ya que se clausuró en 1985. Después de su época como discoteca, y ya en los años 2000, se convirtió en el Teatro Quintero y finalmente en la sala-tablao Cuna del Flamenco, cerrada al día de hoy como consecuencia de la pandemia.

Con añoranza cinéfila mencionaremos que más de 40 cines han cerrado en nuestra ciudad desde comienzos de los años 80…

Si desea conocer más y visitar el Museo-Palacio de la Condesa de Lebrija de la mano de guías oficiales profesionales, el equipo de Citytour Sevilla estará encantado de acompañarle.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies