EL HAMMAM ALMOHADE DE LA CERVECERÍA GIRALDA Y EL CONTEXTO RITUAL DE LOS BAÑOS ISLÁMICOS MEDIEVALES

                                                                           Foto © Citytour Sevilla

A través de los medios informativos y las dos jornadas de puertas abiertas de principios de Marzo, hemos podido conocer que la reciente renovación de la Cervecería-Bar Giralda, en el nº 1 de la calle Mateos Gago, ha deparado una muy grata sorpresa patrimonial que ya se vislumbraba en los restos no ocultos que se encontraban tras la barra de este establecimiento abierto en 1923, después de la intervención del arquitecto regionalista Vicente Traver, y perteneciente hoy día al grupo hostelero Patanchón.

La respetuosa decisión de los propietarios y la labor llevada a cabo por el arquitecto encargado de la obra, Francisco Díaz, y los arqueólogos Álvaro Jiménez (al frente del trabajo), Fernando Amores (en la investigación) y José Manuel Rodríguez (de la Comisión Provincial de Patrimonio de la Consejería de Cultura de la Junta) han hecho posible el disfrute de propios y extraños al recuperar una joya de arquitectura civil medieval que va a enseñorear con más lustre aún la reciente peatonalización de la calle, en pleno Barrio de Santa Cruz.  Con los dos últimos tuvimos ocasión de charlar y recabar información de primera mano.

Se trata de un espléndido hammam o baño árabe, datado en el último tramo de la época islámica; es decir, el periodo almohade (1147-1248), cuando Isbiliya floreció desde 1163 como capital de un califato vinculado a Marrakesh. Y esto no es asunto menor, pues precisamente es ese legado almohade el que aporta a la ciudad algunas de sus principales señas de identidad a nivel monumental (el cuerpo islámico de la Giralda, la Torre del Oro, o los restos del antiguo acueducto de los Caños de Carmona y de las murallas almorávides-almohades).

                                                             Fotos © Citytour Sevilla

Según explicaron a los medios los protagonistas de esta magnífica recuperación, fue  al realizar la labor inicial de catas preventivas en los falsos techos del Bar Giralda, cuando empezaron a descubrirse distintos tipos de luceras o lumbreras (claraboyas  cenitales para la entrada de luz natural). Y así fueron definiéndose la sala templada, a la entrada (un cuadrado de 6,70 metros con cúpula octogonal de ladrillo apoyada sobre cuatro columnas de mármol incorporadas en otra reforma del siglo XVI-XVII), seguida de otra sala rectangular de 4,10 metros de ancho por 13 de largo como sala fría, y el arco de arranque de la que sería la sala caliente (zona de la cocina). La sala fría, que ha servido de comedor todos estos años, perdió unos dos metros de longitud al realizarse el ensanche de la calle en 1928.

                                                                 Fotos © Citytour Sevilla

Con respecto a las claraboyas del techo, llaman mucho la atención por su rica variedad de formas (de estrellas de ocho puntas, octogonales, tetralobuladas, mixtilíneas) y de tamaño; tanto como la fina decoración pictórica mural de almagra (pigmento rojo oscuro rico en óxido de hierro) que en el contexto artístico almohade incorporaba motivos geométricos trenzados, epigrafía ornamental, o ataurique (lacería vegetal),  habiendo dejado algunas otras huellas, por ejemplo, en el Antiquarium, en el Palacio del Yeso del Real Alcázar (no visible), o en subsuelo del trascoro de la Catedral (no visible) en el entorno de los dos pilares que fueron restaurados hace ya unos años.

                                                                 Fotos © Citytour Sevilla

La profesora Magdalena Valor, de nuestra Universidad Hispalense, publicó en 1995 un interesantísimo artículo titulado Los baños en la Sevilla islámica, en el que da cumplida cuenta de lo que ahora se confirma gracias a esta intervención: los baños llamados de García Jofre, que ya aparecen documentados en 1281 como un espacio dentro de la Collación de Santa María, y lindero entre una propiedad concedida por el rey Alfonso X el Sabio a la Iglesia, concretamente de doña Juana, sobrina del Arzobispo don Remondo (próxima a la casa de éste), y la casa de un tal don Aly.     

Mucho más tarde, sería el poeta de las ruinas de Itálica, Rodrigo Caro quien en 1634 escriba de nuevo sobre unas bóvedas (aunque a él le parecieran restos de algún antiguo circo o anfiteatro) a esa altura de la calle Borceguinería; el nombre antiguo de la calle, derivado de la concentración allí de tiendas de zapateros especialistas en la manufactura de borceguíes (un tipo de calzado abierto por delante y que subía hasta los tobillos).Y habría que llegar a la época contemporánea para que los restos fueran mencionados de nuevo por escritores, arquitectos o historiadores como José Gestoso, Leopoldo Torres Balbás o Francisco Collantes de Terán.

En su artículo, la profesora Magdalena Valor detallaba técnicamente lo que se podía ver en 1995 de esta manera: “la sala de planta cuadrada en el espacio central, está cubierta con una cúpula octogonal sostenida por trompas aristadas y cuatro columnas. La cubierta de las galerías laterales se distribuye a un ritmo regular de bóveda vaída (o baída) – arco fajón – bóveda de arista – arco fajón, y de nuevo en la esquina, bóveda vaída. Adosada a esta sala hay otra cubierta con bóveda de cañón”.

                                                               Fotos © Citytour Sevilla

A lo largo de la Historia, se considera que el origen de los baños se podría enmarcar en el periodo helenístico del área de influencia cultural griega, aunque sería después la  civilización romana la principal vía difusora de la construcción de instalaciones balnearias de dos tipos básicos que coexistieron en la Antigüedad: las domésticas (balnea) y las públicas (termas, mayores y dotadas de otras infraestructuras y servicios).                                                                                    

A partir del s. VI serían los establecimientos más pequeños los que abundarían en todo el Imperio de Oriente en la órbita del mundo Bizantino, principalmente con carácter público, y sirviendo de modelo para aquellos primeros hammam omeyas tras la expansión islámica del siglo VII. Las dependencias anexas tales como biblioteca, gimnasio, palestra (pista exterior de ejercicios), tiendas, etc., irían desapareciendo al mismo tiempo que los baños se convertirían en un negocio de pago cuyo beneficio podía recaer tanto en manos privadas (en régimen de arrendamiento al Estado) como comunitarias, sobre todo gestionadas por fundaciones de carácter religioso relacionadas habitualmente con el sostenimiento de la mezquita más próxima. Desafortunadamente, su uso declinó hasta su desaparición progresiva tras la conquista cristiana, y es en nuestros días cuando se vive un resurgir en nuestras ciudades de las estancias termales, baños, spa,…

Pese a ciertas reticencias hacia los baños en la época islámica inicial, por ser una idea adoptada de fuera, pronto ese hábito alcanzó un carácter ritual placentero y purificador, acorde con los ritos coránicos, a la vez que recogía el testigo del uso terapéutico y social que se le dio en aquel admirable mundo clásico. Y además, teniendo en cuenta la geografía desértica de sus territorios de origen, los musulmanes supieron apreciar cada vez más el valor intrínseco de toda la ingeniería relacionada con el elemento imprescindible para la vida y su conducción (acueductos, canales subterráneos, pozos, fuentes, etc.) Otros componentes básicos para el abastecimiento de agua dentro de los baños  fueron el aljibe (compuesto por una serie de depósitos con cubierta abovedada, dispuestos en batería y comunicados entre sí y las salas) y la noria.

Todo ello se enmarca en una connotación religiosa triple: el agua es una creación de Allah (Dios), es la base de todo desarrollo biológico, protagoniza la obra de misericordia de dar de beber al sediento, y hace posible la purificación corporal previa al rezo (abluciones).                                                  

Así, en el área de articulación macrourbana de una madinat o ciudad-tipo (qasr o alcázar, fortaleza palaciega – masyid o mezquita – suq o zoco, mercado) además de los barrios residenciales (hawmat), y los arrabales o barrios extramuros (rabad), los baños se convirtieron en un vector de cohesión social, proliferando por todo el orbe de dominio islámico al igual que (en su propio ámbito urbano, la judería) eran también frecuentados por las minoría judías. De hecho, en el interior del Restaurante San Marco de la calle Mesón del Moro nº 6 también puede contemplarse algún vestigio de baños, posiblemente anteriores, quizás del siglo XI, de época taifa.

Esto prescribe el capítulo (sura) 5, versículo 6, del Corán:

“¡Vosotros que creéis! Cuando vayáis a hacer el salat (oración preceptiva diaria), laváos la cara y las manos llegando hasta los codos y pasaos las manos por la cabeza y (la mano) por los pies hasta los tobillos*.

Y si estáis impuros, purificaos.

Y si estáis enfermos o no encontráis agua, estando de viaje o viniendo alguno de vosotros de hacer sus necesidades o habiendo tenido relación con las mujeres, procuraos entonces tierra buena y pasáosla por la cara y las manos.

Allah no quiere poneros ninguna dificultad, sólo quiere que os purifiquéis y completar Su bendición sobre vosotros, para que podáis ser agradecidos.”

Por tanto, antes de rezar en la mezquita, el musulmán debe estar en estado de pureza ritual (tahara), estado que puede perderse por cualquier necesidad fisiológica o por estar en contacto con cosas impuras, debiendo recuperar la pureza mediante las abluciones, que pueden ser de dos tipos:

Las abluciones menores (wudu) consisten en lavarse tres veces las manos, la cara, la cabeza, los brazos hasta los codos, y los pies hasta los tobillos. Es tradición también limpiarse por tres veces los orificios nasales, hurgarse las orejas con el dedo y enjuagarse la boca con agua. De esta manera, los cinco sentidos quedan limpios, así como el rastro del camino recorrido (plantas de los pies).Las abluciones mayores (gusl) implican la inmersión de todo el cuerpo.

Este es el motivo por el que todas las mezquitas ofrecen un espacio (sahn) destinado a las abluciones menores, y dotado de una o varias fuentes y piletas (en el caso de la mezquita mayor de Sevilla, sus restos se encuentran en el Patio de los naranjos de la Catedral). Por todo ello era habitual la existencia de varios baños públicos en las cercanías de las mezquitas, así como otro tipo de edificio (midâ) específico para efectuar las abluciones mayores, y equipado con letrinas, pilas, fuentes y baños. En el caso de nuestra ciudad, restos de la midâ fueron localizados en una intervención arqueológica en la Plaza Virgen de Los Reyes en 1994.

En los baños públicos había horarios diferentes para hombres y para mujeres, o bien en días alternos y otras medidas destinadas a mantener la compostura y evitar toda desvirtuación en el uso y disfrute de las instalaciones, servicios de masajes, afeitado, corte de pelo, etc.

                                                           Recreación ideal de un hamman o baño árabe © El legado andalusí.

En una larga evolución arquitectónica capaz de integrar la impronta islámica, hay que decir que los baños árabes ofrecían un paralelismo constructivo y funcional con la distribución de las termas romanas.

Así, el acceso se realizaba a través de un zaguán o pasillo a fin de evitar miradas indiscretas desde el exterior. Inmediatamente, el primer espacio que llamaríamos apodyterium romano, sería el llamado al-bayt al-maslaj, vestíbulo y vestuario, espacioso, dividido en varias naves  y que podía tener pequeñas habitaciones laterales, una de ellas dotada de letrina. La ropa se podía dejar en unos bancos o bien en unas hornacinas o nichos (taqas, término del que deriva nuestra taquilla o armarito).   

De allí  se pasaría al antiguo frigidarium romano o sala del baño frío, llamado al-bayt al-barid) con baño por inmersión en piletas (hanafiyya) o bien echándose el agua con cubos por encima (como en los baños turcos). A diferencia principal de las termas romanas con piscinas (natatio), en los baños árabes no se podía nadar.La siguiente sala sería el tepidarium romano o sala del baño templado, llamado al-bayt al-wastani  que era donde se pasaba más tiempo, al resultar la temperatura tibia mucho más agradable. Y contigua a ésta se encontraba el caldarium, la sala del baño caliente llamada al-bayt al-sajun, con baño de vapor.El subsuelo de esta sala estaba hueco (lo que sería el hipocaustum romano), sostenido por pequeños pilares de ladrillo, calentándose su interior a partir de un sistema de horno (al-burma) que solía disponer deuna pequeña habitación o leñera anexa (afniya). Si se vertía agua sobre el suelo de esta sala, al entrar en contacto con el calor se evaporaba, produciéndose un efecto de sauna.Y ya, embutidas en las paredes de esta sala, había unas conducciones hechas con tubos de cerámica, tanto para calentar el ambiente como para enviar al exterior el humo generado en el horno terminando en pequeñas chimeneas.

                                                                     Fotos © Citytour Sevilla

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